jueves, 5 de noviembre de 2009

Lo Diré...



Lo he dicho tantas veces…

Pero hoy lo diré con voz grave, infinita, eterna.

Subiré al escenario, sacaré pecho, los miraré de frente una vez más.

Tomaré un respiro en un interminable silencio. Resistiré un instante la atención sublime, la curiosidad perfecta de esa expectativa que saldaré con cada una de mis palabras.

Lo diré.

Convencido que es una instancia necesaria para resolver la insignificancia del ser.

Primero tienen que emerger las palabras, que construyan el concepto de posibilidad en el pensamiento para que se exprese finalmente en una nueva realidad.

Siempre fue así. Por eso no me he cansado de pensar que la realidad es siempre una manifestación de nuestras creencias.

Pero no quiero distraerme por otros caminos. El objetivo es claro, decirlo todo.

Y hoy lo diré.

En unos años, diez, cien, mil, diez mil…

Sucederá.

La posibilidad de no morir.

Sucederá.

Será una elección arbitraria que pondrá a cada ser humano frente a esta alternativa.

Uyy, alguien levanta la mano. Esperen…

- Juan, para qué querés vivir eternamente si a veces no sabés que hacer un domingo lluvioso.

Bien, le anotamos un punto al joven.

- Ya hablamos de que la escucha efectiva requiere no interrumpir. Sigamos…

Por aquellos años las generaciones se van a agarrar la cabeza.

- Qué?

Que se van a agarrar la cabeza cuando piensen como la gente de antes se moría sin mayor trámite. Se dejaban llevar por una corriente del tiempo que actuaba como una marea que terminaba arrasándolos de la vida.

- Se morían?
- Si, sí. Todos.
- Qué loco, no? Nadie hacía nada.

En aquellos años no podremos defendernos. Pero conversaciones de ese tipo tendrían algún fundamento.

No es cierto que no se hacía nada. Era claro que la expectativa de vida aumentaba cada año y se lograba extenderla. Había un avance. Unos añitos más, para resistir la muerte.

Lo que no se hacía era asumir el problema para poder generar las condiciones que permitan trascenderlo.

- Problema?

Otra mano levantada. No, no. Esta vez no…

La gente andaba en patineta, veía tv, tomaba mates, levantaba barriletes, iba al jardín, colegio….

De acá para allá. De allá para acá.

Eternas circunstancias cotidianas distractivas que evitaban afrontar la insignificancia del ser.

La muerte.

Nadie trabajaba en el traje indestructible para los automovilistas.

Nadie desarrolló la unidad de resurrección que recomponía en diez minutos al fallecido.

Nadie consideró cada una de las miles ideas que estaban latentes en la sociedad pero que no encontraban espacio para emerger y revelarse.
Nada de eso ni siquiera era posible, porque las palabras estaban tan distraídas como las circunstancias. Había congresos de biología, comunicación, sociología, matemáticas, filosofía…

Ninguno sobre la muerte.

Ni uno. Nada.

Y menos sobre la muerte con vocación de trascenderla.

Había que ir a pagar la luz, visitar a la tía y jugar a la pelota.

Con las palabras y energías enfocadas en otras circunstancias, la muerte avanzaba reduciendo los tiempos. Impidiendo así que las palabras permitan generar primero creencias de posibilidad para luego facilitar de una vez por todas trascenderla.

La única forma de construir posibilidad es generar condiciones para que emerjan las palabras que construyan creencias sobre la eternidad. Que operen con la misma convicción con la que hoy se sostiene la subjetividad del escepticismo.

Pero a juzgar por la cantidad de congresos que hay sobre innumerables materias, la sociedad parecería no tener tiempo para éso.

Necesitamos hablar primero, creer después y finalmente manifestar la nueva realidad.

Yo siempre quiero poder elegir.

Dicho está.
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