jueves, 4 de febrero de 2010

La Inspiración



Creo que en verdad no es uno quien decide lo que va a cargar en los párrafos. Hay una voz silenciosa, que se expresa con frecuencia.

No es que se escuchan palabras, y a uno le indican. Escriba “casa”, y va por el renglón a escribirlo. Escriba “árbol”, y lo escribe.

Uno solo traduce cierto silencio que vino a provocarlo. No sabe muy bien cómo llegó, pero se le presentó de frente y le exigió atención.

Es como que alguien se acerca y le dice. Ahora, ahora a escribir. Y usted estaba lavando los platos, dándole de comer al perro, o cazando víboras.

Ahora, escucha de nuevo. Ahora a escribir.

Entonces, permanece atento. Sabe que vendrán palabras, que ordenarán párrafos, que ofrecerán sentido.

De modo que en silencio permanece. Imperturbable, atento.

Feliz como un niño, se encuentra expectante. Ya está listo para abrir un paquete prometedor, que se muestra como el mejor regalo.

Usted no sabe que hay adentro. Pero qué le importa, sabe que va a abrir el paquete.

Así que procura ser consecuente con la energía que inquieta y pugna por revelarse. Con el propósito de ofrecerse para que un decir que necesitaba ser escuchado, se exprese.

Usted lo tenía que recibir, y otros. Otros lo tenían que escuchar.

Se predispone entonces, y escribe.

Como si fuera sólo un obrero de las palabras.
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