miércoles, 21 de abril de 2010

El Llanto



No pensé que iba a encontrarlo, pero estaba ahí, listo para protagonizar el encuentro.

Todo empezó cuando abrí la puerta y pasé. Era muy temprano a la mañana y saldría de la experiencia a última hora de la tarde, al anochecer.

Pronto estaba sentado en una ronda con un nutrido grupo de gente desconocida. El momento celebraba la palabra y era una instancia de presentación ante los demás. Así que persistí expectante, observándolo todo.

Percibí desde lejos un boca torcida hacia abajo, con una mirada de tristeza que parecía predisponerse a la emoción.

Extraño, pensé.

Los relatos comenzaron y fueron varios quienes insinuaron un llorisqueo incipiente que luego se transformó en llanto.

Los motivos eran lícitos y el llanto más que valedero. Era una expresión de la autenticidad del relato, una elocuencia del sentir más íntimo que permitía revelarse ante los ojos de los demás.

Los relatos se sucedían mientras me inquietaban, al mismo tiempo que me hacían sentir la dicha de la vida que me va tocando vivir.

Pensaba en los infortunios, en los golpes de la vida, en la carga que significa para muchos la pérdida inesperada que termina enfrentándolos con una realidad que les cae encima…

Yo pensaba, y los relatos se continuaban.

Fue entonces el turno de la persona que veía desde lejos, con la sonrisa vencida y los ojos humedecidos.

La joven tomó la palabra con convicción y presencia. Y al poco de andar, pareció trastabillarse en una emocionalidad que pugnaba por hacerse notar. Fueron un par de palabras más que iban cediendo hasta quebrar su voz y aparecer intermitente la congoja.

Fue ahí cuando la insinuación se transformó en llanto. Una expresión auténtica y efusiva de la tristeza, que nos dejó a todos con los ojos abiertos ante el acto desgarrado que había superado cualquier tristeza.

La joven se quebraba en su voluntad de continuar el relato y tropezaba una y otra vez con lágrimas que inundaban todo su rostro, entre palabras entrecortadas y un sonido de frustración e imposibilidad.

La tristeza lo protagonizaba todo y el silencio abrumador de la sala inmovilizó los cuerpos y centró la atención, mientras el sonido de la amargura se cortaba por bocanadas de aire que parecían ser las únicas capaces de atenuarlo.

Un llanto con todas las letras que echó por tierra los otros, que a esa altura se recordarían como atisbos de tristezas menores, en verdad insignificantes, aún cuando los motivos podían ser más importantes que este aterrador llanto.

El relato continuaba desde la dolencia más profunda, y llenaba de lágrimas el rostro de la joven que voluntariosa, persistía en dichos entrecortados que ascendían a una instancia de la manifestación del dolor nunca vista.

Mientras los compañeros de al lado de la muchacha tomaron cartas en el asunto. Apoyaban sus manos sobre su espalda para calmar la dolencia, pero cualquier intención era en vano ante aquel decidido y arrollador llanto.

Nunca vi a nadie desgarrarse así en un instante. Y aún, sin haber entendido los motivos que procuraban esbozarse, aquellos que fundamentaban la elocuencia de la tristeza, debo decir que eso, eso sí que era una consagración del llanto.

Sin dudarlo, persistí en silencio para observarlo todo.

Supe que ese sería el llanto más importante que vería en mi vida. Nunca jamás observaría algo así, era una certeza, lo sabía yo, al igual que cualquier persona que atestiguó la desdicha.

Pero no sospeché que al día siguiente habría un encuentro similar. De cuerpos sentados en rueda para tomar la palabra. Y no imaginé la nueva instancia de desempeño que, a su turno, sería capaz de alcanzar esta muchacha.

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