domingo, 30 de enero de 2011

La Culpa


Yo no tengo la culpa.

Hace tiempo que no la tengo. Bien lo sé yo. Íntimamente lo sé yo.

Debí saberlo de niño, de joven.

Pero bueno. La verdad tarde o temprano llega. Más vale mirar hoy que quedarme anclado en el pasado. En lo que pudo ser y no fue. En lo que nunca debió haber sido.

Lo importante. Lo verdaderamente importante, diría. Es que hoy descubro. Advierto, en realidad. Que la culpa no es mía. Nunca lo fue.

Nunca lo será.

De modo que cada vez que alguien viene con el dedo a señalarme. Tengo muy claro el veredicto.

Puedo mirarlo a los ojos.

Eso es así. Eso es cierto.

Por respeto puedo mirarlo a los ojos. Mirarlo nada más.

Puedo observar el dedo acusador que me apunta. Advertirlo sin lugar a dudadas.

Ver que me señala, que me indica como responsable. Como poseedor indiscutido de la culpa.

Puedo ver eso y también el convencimiento. La certeza del otro que acusa. Que carga con sus suposiciones. A veces con sus pruebas. Que viene a entregarlas para certificar el fallo irrevocable.

Pero bueno, la cosa nunca es tan determinante.

Puedo tolerar el dedo. Eso sí. Al dedo lo puedo tolerar.

Pero la culpa. No. Eso sí que no.

La culpa no la tengo yo.
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