viernes, 10 de febrero de 2012

Lector


Me resulta más fácil escribir, que leer lo que escribo.

Cuesta volver la vista atrás y ver lo que dicen los párrafos.

Quizás evito encontrarme con la inquietud o la incomodidad de conceptos o pasajes que puedan resultarme desajustados. Desalineados de expectativas que suponía cumplidas al despedirme con el punto final.

En los últimos textos me ha pasado lo mismo. Tipeo. Tipeo.

Dejo el punto final y me marcho.

Entrego al otro una suerte de problema con la esperanza de que encuentre la solución.

Siempre es un buen negocio la escritura si provoca y alienta la reflexión. Está después en cada uno encontrar los niveles de abstracción adecuados a los que puede aspirar.

Es ahí, en esa instancia, donde emerge cierta sensación reconfortante. O la incomprensión de quien se queda con las manos vacías y se pregunta.

Y?

Entonces vuelve para atrás a ver si algo pesca. Con renovado empeño y determinación.

Suele existir ese tipo de lector que pone ímpetu y esmero. Que se hace cargo de la experiencia de lectura y arremete a fondo. Se abalanza sobre el significado para procurar entendimiento.

Entonces encuentra lo que quizás otro no ve. Se queda pensando en esa lógica de relación entre la escritura y la lectura.

Y vuelve cada tanto al encuentro de un nuevo texto.

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