viernes, 4 de mayo de 2012

Los buenos modales


Es posible que los buenos modales sean una suerte de represión. De aprisionamiento en un decir que muchas veces no sería el apropiado.

Por qué?

Porque por ahí uno siente que tiene que decir una palabra, una cosa, algo de un modo que un decir espontáneo lo exige.

Por ejemplo…

- Ay, la puta.

No es tan grave. O sí?

Vemos la escena.

Uno llega contento a su casa o departamento. Viene cansado de reuniones y el bullicio de la ciudad.

Entra a la casa, con intención de desplomarse.

En el sillón, en la silla. Donde sea.

Cierra la puerta y decide no desplomarse. No en esta situación. En esta escena.

Qué hace?

Deja las cosas y va a la cocina. Pone el agua en la pava y enciende la hornalla.

Ve que no prendió. Es claro que no prendió.

Va entonces con el nuevo chispazo.

- Ay la puta.

Ahí es donde le sale el grito espontáneo. El dolor lo exige.

Tal vez la quemadura tenga un lenguaje propio. Porque uno podría decir…

- Ufa, me quemé.

Pero no. No lo piensa. No procesa el hecho y luego resuelve la simbolización. Sólo ejecuta.

- Ay la puta.

No puede decir otra cosa. Aunque sí puede caer en múltiples variantes. Siempre emparentadas con ese decir que parecería maleducado. Inadecuado a las buenas formas.

Así que no nos preocupemos frente a estas eventualidades del acontecer humano.

Llamemos siempre las cosas por su nombre.

Expresar lo que hay que decir, como hay que decirlo, tiene sus implicancias saludables.

Hay emocionalidades que así lo exigen. Circunstancias que así lo reclaman.

Por eso, creo humildemente yo, o soberbiamente yo, que hay que ir para adelante.

A veces uno atropella al mundo simbólico. Y otras veces el mundo simbólico lo atropella a uno.

Solo resta abrir la boca. O liberar los dedos.

Y soltar las palabras.

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