lunes, 4 de junio de 2012

La conexión


La escritura y el hombre están atados por una conexión. Es una suerte de línea que los conecta. Los enlaza y entromete en una condición íntima e intensa, que es una especie de amorío.

Cuando uno escribe, incita, seduce y procura ese encuentro. Si tiene suerte cae en cierto enamoramiento más o menos fugaz, pero siempre disfrutable.

Es ahí cuando comienza a abrirse un mundo, el escriba cae inmerso en el encanto y cada tanto entrega alguna margarita. Es el resultado de algún que otro párrafo que sucedió de ese amor.

Quizás de eso se trate, de lograr esa conexión silenciosa que permite desplegar palabras para elucubrar el mundo.

Algo así debe ser.

Se trata entonces de ingresar en cierto obnubilamiento, que de un chispazo haga desaparecer el mundo para enajenarnos de la realidad.

Esa intención suele ser lícita y placentera. Ocurre de vez en cuando.

A veces esa conexión está atravesada por interferencias. Cada tanto un párrafo parece replegarse, se muestra dubitativo y logra retener los dedos.

Vaya a saber cuál es el motivo que provoca esa restricción. Que genera la duda y contiene los dedos ante el teclado.

Es un titubeo difícil de elucidar. Como si fuera una energía que alerta sobre lo sucedáneo, persuade sobre el valor de la reticencia. Y amenaza con romper el encanto.

Habría que ver qué pasa si ganan esas pausas. Cuál es la realidad que nos espera.

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