viernes, 6 de julio de 2012

Los niños y la escuela


Tienen razón los chicos de embolarse en la escuela.

Si yo volviera al cuerpo de niño y estaría sentado en el banquito, mientras miro a la señorita como con la tiza y el pizarrón me explica el mundo, sería uno más de ellos.

Estaría seguro pensando en otras circunstancias. El partido que jugaré a la tarde, la salida del fin de semana, la campera que me olvidé.

Dónde me olvidé la campera?

Si supiera no estaría con este sufrimiento que imprime el extravío. Me recuerda que es lindo jugar al fútbol con mis amigos en otras ciudades. Y es muy feo olvidar las pocas pertenencias que llevamos.

Pensaría en eso, dónde está la campera. Por qué soy tan tonto de haberla extraviado. Otra vez perdí la campera. Voy a llamar al club, tengo ahí una gran chance. Quizás la vieron. Sí, quizás alguien de buena fe vio la campera y la entregó a alguien responsable.

Voy a llamar apenas llegue a casa. Comentaré con buenos modales que olvidé la campera. Que es posible que haya quedado en el vestuario. Es muy posible. Veremos que me dicen.

La señorita ahora dice que tenemos que hacer esos deberes insufribles. Para qué sirven esos deberes, son antagónicos con la estimulación del pensamiento. Nublan la inteligencia y denigran la creatividad.

Hay que hacer los deberes igual. Ahora no se dan cuenta pero ya verán que para algo les van a servir.

Todos juntamos los lápices con un barullo bárbaro. Faltan cinco minutos para el timbre.

Volvemos a juntarlos para que quede claro que el tiempo terminó. Ya no se puede explicar más nada.

Traeremos los deberes a regañadientes y volveremos a sentarnos en estos banquitos, como si fuéramos esclavos de esta realidad que nos apresa.

Ring.

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