martes, 11 de diciembre de 2012

Problemas de etiquetas


Nos guste o no, todos tenemos problemas de etiqueta.

Lo sospeché hace mucho y cada tanto lo corroboro. No es que ando atento de continuo sobre el tema. Por supuesto que no.

Es solo otra inquietud que con frecuencia emerge. Quiero decir aparece. Se hace visible. Se pronuncia.

O como quieran.

Está, la veo. Y ahí me quedo.

Observando otra vez el tema de las etiquetas. Que son en verdad una reducción de la persona a identidades simplificadoras.

Es decir. Sirven.

Sirven las etiquetas para comprender el mundo.

A alguien le dicen, de River. Y listo.

De Boca. Y listo.

Izquierda o derecha. No importa. La etiqueta sirve para visualizar, suponer y determinar. Todo muy rápido, gracias a su carácter de simplificación abusiva.

Que nos dice cómo son las cosas. Mientras presenta a la persona ante el mundo.

Pero no me quiero ir por los vericuetos de estas vicisitudes. Quiero centrarme en lo que convoca. La problemática que supone funcionar con etiquetas.

Veamos…

Peronista, por ejemplo.

Yo nací peronista y fui un niño peronista. Todo gracias a que mi padre era un adepto incondicional de Perón. De chico recuerdo muy bien los actos a los que concurría. Era en mi pueblo de nacimiento, en Pringles.

Ahí generalmente hablaban los candidatos. Eran almuerzos multitudinarios que debo reconocer resultaban muy pintorescos.

Tendría siete años cuando el plato fuerte comenzaba. Arriba del escenario se daban los discursos y abajo aplaudíamos entusiastas.

En el medio, bombos, banderas. Cánticos.

En fin, ahí aprendí la marcha por ejemplo. Todos la sabíamos en esa época, porque al comenzar el acto, en su transcurrir o al finalizar, siempre se entonaba.

Ahora que lo recuerdo, con gran entusiasmo se entonaba.

Bien.

Fui peronista entonces. A los siete años seguro que sí.

Y ahora??

Ahí empieza el problema de la etiqueta. Porque la etiqueta exige incondicionalidad. Uno debe dar todo para amoldarse. Aunque eso niegue cualquier vestigio de discrepancia y sea una falacia, una mentira.

Porque uno no puede estar de acuerdo en todo. En absolutamente todas las líneas de todos los párrafos. Y suscribir luego en forma incondicional a todos los discernimientos del dirigente de turno.

Del compañero de turno.

Que por su carácter de líder debe pronunciarse sobre las cuestiones más disímiles. Y entregar su definición a las realidades circunstanciales que lo convocan.

Peronista?

A mí me gusta que los trabajadores estén bien, tengan dignidad y vivan mucho mejor. Eso me parece muy bien.

Pero...

Fue durante un almuerzo cuando en una pausa miré a mi padre y le dije. Sí, recuerdo que le dije hace un par de años que había unas cositas que no me parecían bien. Saludables en realidad.

Me escuchó ahí como siempre. A ver qué le iba a decir.

- Bueno, pa. Eso de primero la patria, después el movimiento y por último los hombres.

Eso no me parece bien así. Primero la vida, los hombres, dije.

Me miró sin decir nada, entonces enfaticé. Lo primero es la vida pa. Después si querés la patria, el movimiento o lo que quieras.

Tampoco me gusta eso de que por cada uno de los nuestros que caiga, caerán cinco de los de ellos.

Y hay otra cosita…

Combatiendo el capital.

Eso no me parece conveniente. El capital es necesario para generar obras, emprendimientos. El buen capital es crucial para facilitar la creación de empleo y aportar valor a la sociedad. Sin capital, las sociedades no evolucionan y la calidad de vida no se despliega.

Algo así le dije.

Por eso no veo bien el tema de combatiendo el capital.

Es un breve ejemplo para ver la dificultad que ocasiona la etiqueta. Su incondicionalidad niega el sentido crítico. La posibilidad de disentir en parte sobre el todo.

Y si uno no tiene la posibilidad de discernir en parte entonces impide la facultad de raciocinio. Se embrutece de algún modo.

Todo esto determina la improcedencia de la etiqueta, por más funcional y facilitadora que sea para el entendimiento y el prejuicio humano.

He dicho.

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