domingo, 7 de agosto de 2016

La precariedad de la astucia


Lo que no me gusta son las artimañas y las insanas picardías.

Quizás no me gusta porque son la antítesis de la inteligencia y representan en esencia la bajeza del ser humano, que es capaz de beneficiarse mezquinamente a costa de perjudicar al semejante.

Por eso rechazo de plano esas lógicas precarias que honran con astucia personas que creen más en la viveza que en la inteligencia. Que piensan con compromiso en el corto plazo y repudian sin saberlo la posibilidad de construir a largo plazo, incluso en beneficio propio.

Pero el árbol tapa el bosque y la desesperación por obtener ventajas inmediatas nubla la posibilidad de construir visiones más grandes.

Es como creer en una visión chiquita. Cortita. Que reduce posibilidades. Que en vez de desplegar el mundo a lo máximo posible lo repliega a lo mínimo previsible.

Todo por la obsesión de obtener un beneficio propio que se sobre jerarquiza. Aun cuando en apariencias pueda parecer relevante.


Siempre inquieta observar la vida. Mirar comportamientos. Actitudes. Escuchar palabras que se pronuncian, pero atender principalmente a las que no se dicen.

El ser humano se revela por sus comportamientos. Por sus decisiones.

Quizás por eso las palabras cobren muchas veces forma de pantomimas. Porque tienen que ver mucho con lo simbólico pero a veces poco con la realidad.

De ahí que con palabras se pueden decir las cosas más alocadas. Las que no tienen nada que ver con la verdad.

Hay seres tan confundidos que quedan incluso empaquetados por sus dichos. Encerrados en frases y discursos que los envuelven. Viven así encarcelados en una farsa que ni siquiera reconocen.

Por eso cuando queremos conocer en verdad a alguien es mejor escuchar poco lo que dice y mirar mucho lo que hace.

Solo así podemos descubrir al ser detrás de cualquier máscara.

Eso no quiere decir que no sea lícito quien elige la astucia, la picardía. La precaria jugarreta.

Cada uno es lo que es o lo que puede hacer consigo mismo.

Lo que ocurre es que cuando alguien se compromete con la elección de la astucia, guiado solo por su interés íntimo y mezquino, niega el beneficio que le reporta la inteligencia.

Y repudia la posibilidad de construir a futuro realidades mucho más pretenciosas.

Es como elegir volar bajo.

Bien bajo.


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