domingo, 15 de enero de 2017

El equilibrista


Me ponen de mal humor las patrañas, las lógicas chapuceras, los cuentos infantiles que balbucean los adultos para salvarse y evadirse de la responsabilidad.

Qué quieren que les diga, si es cierto. Uno se vuelve grande, quejoso o gruñón ante ciertas situaciones. Y yo, no sé por qué caprichos de la vida, estos últimos años me he visto involucrado en ese tipo de circunstancias.

Momentos sublimes donde tengo que ver que otro me mira e improvisa un cuento, una explicación frágil y zigzagueante, que solo hace que quede al descubierto como un parlanchín poco serio para afrontar las vicisitudes que lo atormentan.

Eso ocurre cuando uno viene con la lógica de aclarar situaciones y arrincona al interlocutor de turno que es protagonista de determinada situación.

Lo mira con calma. Le comenta la circunstancia. Y aguarda la respuesta.

Ahí mismo advierte a veces que el otro empieza a manejarse como equilibrista en aprietos. Que se le complica el acto de malabarismo ante la siguiente pregunta.

Y la siguiente.

Hasta que por más esmero que ponga, revolea todo por el aire y sí, se le caen los platos. Porque se impone la realidad.

Entonces uno se va como diciendo, entonces, cuál es la verdad de la milanesa.

Me estaba empaquetando. Piensa que soy un boludo. Se dio cuenta…

Pero el otro junta los platos, mira extraviado y parece predisponerse a una nueva prueba. Con el único compromiso de afirmar, como sea, que aquí.

Aquí.

No ha pasado nada.



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