Primogénitos
No voy a describir las situaciones en las que se revela con elocuencia la preferencia de un padre por su primogénito. Ni me voy a adentrar en cuestiones personales propias de la materia para fundamentar evidencias.
Hago escritos breves.
Solo me inquieta, como a cualquier persona que escribe, es curiosa o se siente perturbada por alguna condición propia de la vida humana, esta temática que me incita a observar lo que ocurre.
Quizás con la intención de comprender lo incomprensible, precisar lógicas, o exorcizar reminiscencias de emocionalidades negativas que erosionan la calidad de vida y arruinan el día.
Es conveniente estar atentos a esas inquietudes subjetivas que pueden perjudicarnos y elaborarlas de alguna manera para despojarnos de ellas.
De chico uno se mortifica, sufre, y hasta va al picólogo para salvarse si no es el primogénito y lo observa todo.
No llega a comprender por qué se producen circunstancias donde se advierten con claridad favoritismos, y se lamenta ante hechos que primero parecen ser sutiles y luego se manifiestan con elocuencia.
Como si la inercia del padre fuera inquebrantable en el propósito de beneficiar al primogénito a como dé lugar.
De grande hasta uno se ríe de las lógicas que sostienen pantomimas. Y apenas si le presta algo de atención cuando se presentan con elocuencia o se elaboran burdos relatos que las justifican.
Pero ya lo ha visto todo, ya lo observa todo, y ya vaticina lo que esas lógicas presagian al suceder.
Debe haber algo en la cabeza de los padres que asumieron quizás las viejas usanzas para honrar una filosofía que favorece a sus primogénitos por sobre todas las cosas.
Quizás cuanto más inseguro y menos desarrollado es el padre, mayor ímpetu tiene por impulsar diferencias y beneficiar a su hijo mayor.
Tal vez el padre quiere que su hijo mayor sea su leyenda y exija de algún modo una consecuencia en sus proyectos, intenciones y caprichos, que el propio hijo primogénito se vea obligado a cumplir.
Por eso quizás ser primogénito tiene notables beneficios pero al mismo tiempo demanda consecuencias que muchas veces deben ir contra la voluntad y el sentido individual de la persona.
Ser el segundo hijo, el tercero o el cuarto, es una suerte para quienes creemos en la facultad de construir nuestra propia vida, tomar nuestras propias decisiones y honrar nuestras auténticas intenciones.
Hay que agradecerle a Dios semejante bendición.
Extraordinario!
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