sábado, 28 de octubre de 2017

El berrinche


Nadie va a decir a esta altura que mi amigo José Luis no es buen tipo, una persona sana y merecedora del mayor de los afectos.

Su conducta, su comportamiento esencial, sus buenas intenciones, están a la orden del día y no pueden más que generar afecto entre quienes lo conocemos. Que compartimos más o menos tiempo con él.

Eso no obsta sin embargo que al observar sus conductas nos inquietemos muchas veces por sus lógicas y queramos hacer lo que esté a nuestro alcance para contribuirle de algún modo, porque es claro que sus comportamientos no le favorecen y muchas veces le juegan en contra.

Es cierto que nadie quiere escuchar lo que no quiere escuchar. Por eso tal vez buscamos formas de hablarle, de decirle, de aportarle con toda la humildad del mundo lo que vemos con elocuencia. Aunque lo habitual es la negación que le impide primero escuchar y luego repensar para decidir finalmente sus acciones.

Porque, qué duda cabe, mi amigo como cualquiera cuando se piensa a sí mismo, tiene la posibilidad de decidir quién es y quién va a ser.

Lo habitual por supuesto es que la persona reafirme su ser y sea la misma. Por algo está siendo así. Por algo le sale naturalmente ser como es. Y por algo prefiere no asumir el trabajo de cambiar ciertos rasgos o lógicas. Por algo que se traduce en una simple síntesis.

Piensa que la ecuación beneficio, costo, le da a favor.

Por eso, uno piensa que se queda ahí. Siendo el mismo.

Y si mi amigo hace berrinches y los hace desorbitadamente, es comprensible que así sea. Seguramente de chico el berrinche le ayudó mucho a cumplir sus propósitos y de grande no está dispuesto a reformularlo. O peor aún a dejarlo atrás para dejar esos raptos de niño y aspirar a convertirse en adulto.

Con todo el perjuicio que también esa decisión estratégica pero crucial significa.

Así que lo que hace está muy bien de alguna forma. Y lo ejecuta de manera más elaborada, más sofisticada. Porque antes solo podía gritar, llorar, encapricharse en un rincón. Pero ahora puede escribir, fabular, distorsionar la realidad, pantomimizarse y rematar la conducta mandando a todos a la puta madre que los parió.

Como una técnica extrema de movilizar la realidad para alinearla a sus caprichos.

El tema es que la efectividad del berrinche en la adultez va perdiendo fuerza y difícilmente logre algún objetivo. Porque a esa altura de la vida los llantos, los gritos, las puteadas, las pantomimas, los agravios, y en síntesis cualquier manifestación de la niñez propia del berrinche, no tiene mayor peso y consecuentemente no tiene mayor validez.

La gente grande asume otros comportamientos propios con la responsabilidad, la madurez, la inteligencia.

Se basa en la realidad y en la información.

Escucha pocos gritos y muchos argumentos.

Y en definitiva no se inmuta si alguien apela al escándalo, a la bravuconada o a cualquier técnica de circo para procurar sus objetivos.

Eso es lo que recurrentemente le venimos diciendo a mi amigo, con todo el respeto y el amor del mundo.

Pero el grita, se enoja.

Y nos manda a todos a la puta madre que nos parió.

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