sábado, 11 de noviembre de 2017

El justiciero


Yo no soy justiciero con nadie y mucho menos vengativo.

De chico era vengativo y estaba apresado cada tanto por un enojo irremediable que me llevaba a actuar sin miramientos para procurar justicia.

Me pasaba a veces por ejemplo cuando mi hermano el grandulón me robaba la plata del cajón que tenía ahorrada para comprarme algún chocolate o helado. Mi hermano primero se hacía el desentendido pero después su cara de pillo saltaba a la vista de todos para acreditarse culpable y disparaba luego mi corrida hacia él con la intención de agarrarlo y disciplinarlo.

Pero no le pegaba mucho.

Apenas quizás unos breves golpes, los suficientes como para no enojarlo, que se dé vuelta la situación y termine cobrando.

Cosa que era más que posible si llegaba a hacerlo calentar, porque además de grandulón era gordo y si se me echaba encima me despedazaba.

Literalmente.

Porque flaquito como era nunca hubiera podido resistir su embestida.

De todas maneras el ajusticiamiento ese menor no es para nada relevante. Hay cosas más importantes que un chocolate que se evaneció por el aire a manos de un hermano que quería lograr con esos pesos otros propósitos.

El ajusticiamiento apunta a temas mayores y entonces uno cuando es chico a veces lo adopta como un mandato que debe ser honrado, porque uno piensa, claro que equivocadamente, que lo natural es lo justo, la justicia.

Como debe ser.

No puede ser que ganen los malos. Deben ganar los buenos.

Y para que ganen los buenos la justicia es imprescindible.

Uno piensa cuando es chico que así son las cosas. Que el mundo tiende a la justicia. Que lo correcto, lo deseable, lo esperable.

Lo natural es que la Justicia se imponga, porque así deben ser las cosas y no hay lugar para otra posibilidad.

Uno cuando es chico piensa eso, no lo supone. Está convencido.

De ahí quizás ante hechos su enojo, su conmoción, su rebeldía descabellada que lo impulsa a su misión de interceder para acomodar el mundo y volverlo a su orden natural cada vez que el hecho injusto se presenta y lo provoca.

Solo el tiempo a uno lo va de alguna manera despertando y en cierto momento cuando ya debe ser bastante grande, para el caso de quienes tardamos en avivarnos, ahí uno sospecha primero y se da cuenta después.

O primero sospecha, luego supone y después se da cuenta. En la medida que toma nota y corrobora
situación tras situación. Hecho tras hecho.

Ahí observa el mundo como es y acepta que la justica no es lo natural.

Lo esperable. Lo que ocurre siempre.

Lo cual no quiere decir que uno deba desmoralizarse, bajar las armas, agachar la cabeza...

Dejar que el mundo sea un despropósito y que cualquiera venga impune y se lleve la ilusión de comprarnos nuestro chocolate.


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