martes, 5 de diciembre de 2017

Farsantes


Hay que reconocer que si para algo sirven los farsantes es para pensar un poco en ellos y descubrirlos. Quizás con la intención de desenmascararlos.

Es notable la destreza con la que se manejan en la cotidianeidad para salir impunes de sus tretas.

Embarulladores profesionales son artistas del simulacro.

Embaucadores. Mentirosos…

Los farsantes son hábiles con sus palabras, gestos y discursos. Elaboran relatos memorables que procuran construirles su simulada impecabilidad. Pero emerge en el trasfondo de sus actos la esencia de la hipocresía.

Porque si algo los caracteriza es que sus palabras no condicen con sus acciones.

El farsante es un ser habilidoso que se mueve a voluntad según sus mezquinas conveniencias. Uno puede observarlo con atención y la verdad salta siempre a la vista.

Se elocuencia su inconsistencia.

Es un embaucador más o menos profesional que lo único que quiere es salirse con la suya a toda costa. Para lo cual despliega su verborragia para empaquetar a cualquier ser desprevenido.

Generalmente el confianzudo. O el hombre de buena fe.

Que lo escucha con disposición y aceptación de cualquier cosa que dice. Aunque se adviertan incongruencias, falsedades, mentiras, evidencias…

Quizás por eso me enoja el farsante. No porque sea un astuto orquestador de verdades mentirosas. Si no porque con su desempeño logra con frecuencia empaquetar a sus entusiastas víctimas.

El problema con esta gente es que asume en mayor o menor medida esta filosofía innegociable. Y uno se los encuentra en cualquiera de las situaciones.

Los grandes farsantes son astros de la simulación y la pantomima. Embaucadores a discreción y reyes del engaño.

Son hábiles, pícaros.

Crean vidas de mentira y hasta se creen su propia farsa.


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