sábado, 9 de diciembre de 2017

Injusticia


De chico nada me movilizaba más que la injusticia, seguramente porque sentía que era preso de ella.

Obvio que no soy un angelito, aunque pienso que iré al cielo. Si me declaro Católico Apostólico Romano, supongo que al menos servirá para eso. O por lo menos de alguna manera deberá allanar el camino para facilitar el ingreso.

Quién sabe.

Lo cierto es que si algo me irritaba y me producía una suerte de desencadenamiento que impulsaba a la acción, eso era la injusticia.

El hecho injusto que se presentaba en la cotideaneidad era desde mis entrañas inaceptable. Con lo cual no podía más que mantenerme en guardia y accionar con vehemencia.

Aunque esa palabra es exagerada.

Pero bien podría decir que accionaba con decisión. Con ímpetu. Con la convicción de quien sabe que está en lo correcto y exige que el mundo se encauce como corresponde. No que se justifique con patrañas, mentiras o endebles explicaciones que para lo único que sirven es para validar la injusticia.

¿Qué hacía?

Eso me pregunto ahora porque no lo tengo muy claro. Pero creo recordar sin riesgo a equivocarme que lo primero e imprescindible era alzar la voz.

La palabra era mi mejor aliada y el arma más efectiva.

Ahí estaba yo por ejemplo en la mesa familiar comandada en la cabecera por mi padre e intervenía cada vez que la situación lo ameritaba. Podía ser algún hecho que beneficiaba a mi hermano y a mí no, o algún hecho que beneficiaba a mi hermano y a mí no.

No recuerdo, pero es posible que algo así fuera.

Como también era por supuesto cada idea directriz que mi padre mandamás propiciaba en la mesa y que defendían con igual empeño mi madre incondicional y mi hermano que se plegaba a ellos.

Eran siempre tres contra uno.

Porque a nadie, excepto a mí, se me presentaba la situación de poner algún pero o explicitar la disidencia que auténticamente sentía con la visión, la opinión o la verdad que sostenía mi padre.

Hablábamos quizás del Peronismo, de la justicia social, de los valores de la familia, de un montón de cosas que servían de terreno fértil para que mi padre, que era un orador destacado, tome la palabra y despliegue cierta disquisición al respecto.

Todos persistíamos un buen rato en silencio, mientras papá desplegaba su destreza con notable habilidad.

Luego en determinado momento su perspectiva ofrecía cierta grieta y ahí era donde yo sin querer queriendo, motivado vaya a saber por qué espíritu indeclinable, intervenía para poner reparos y compartir una mirada diferente.

O en algo disidente con la perspectiva que todos apoyaban y que a la luz de cualquier observador externo que pudiera estar contemplando la situación, podía ser susceptible de ser objetada.

Hoy recuerdo aquellas sobremesas notables. Mi madre afirmando las teorías de mi padre. Mi hermano en silencio, pero participando en los momentos cruciales, donde se requería una definición, para inclinar la balanza donde siempre sentía que debía inclinarla.

Y yo, defendiendo la justicia y el derecho a ejercer la libertad.

Principios por los cuales vale la pena luchar y pagar todos los precios que uno tiene que pagar.


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