viernes, 30 de marzo de 2018

Feliz cumpleaños


Son las cinco de la tarde cuando me llega un mensaje de mi hermana mayor. 

-Hoy a las 20 hs. los espero a todos porque le festejo el cumpleaños de 40 a Juan y es sorpresa. Por favor no le digan. -leo.

No puede ser, pienso. A esa hora voy a estar jugando al paddle con el cumpleañero. Así quedamos y esa será la realidad.

-Carla, a las 20 hs. Juancito no puede porque quedamos que jugamos al paddle -escribo sabiendo lo que se viene.

Vuelvo a la notebook y sigo inmerso en la resolución de los problemas que uno debe afrontar en la cotidianidad para que el mundo permanezca como un lugar razonable y previsible.

Suena el teléfono, miro de reojo y corroboro lo esperable. Es mi hermana, un mensaje de voz donde pide que suspenda el partido. Pero contesto que no puedo suspenderlo porque lo organizó Juancito y no sé quiénes juegan. Vuelvo a mi mundo cuando recibo otro mensaje. Pide que llame a Carmen, que es la mandamás de la cancha, y cancele. Le digo que no tengo el teléfono y le pido que por favor me avise si se suspende.

Lo único que sé es lo que estoy dispuesto a hacer.

Llamaré a las 19.30 a Juancito para preguntarle si se hace el partido. Y ahí saldré para la cancha o para el cumpleaños.

Veo que llega un nuevo mensaje de mi hermana en audio, pero estimo que vendrá cargado de enojos y me obligará a afrontar una toxicidad evitable. 

-No voy a escucharlo, pienso. Mientras me comprometo en la resolución estratégica de olvidarme del tema y llamar a las 19.30 al cumpleañero.

Sigo con mis cosas y leo…

-Paso el cumpleaños para las 20.30 hs. porque Juancito tiene partido de paddle. 

Es un mensaje que cierra el tema y que se envía al grupo. 

Buenísimo pienso, voy a jugar y después voy al cumpleaños.

Dicho y hecho, después del partido voy a casa y salgo para los festejos. 

Entro a lo de mi hermana y veo a todos los grandes sentados sobre la mesa. Están los Díaz y los Valentini, en torno a la mesa mientras los chiquitos revolotean la casa corriendo por todos lados y aportando un ruido inevitable, que revela la vida, la intensidad y el compromiso con el presente, que se les vuelve un mandato irrenunciable.

Me alegra especialmente verlo sonriente a Eduardo que es el padre de Juancito, una persona muy agradable. Quizás le tengo un afecto especial porque es quien siempre pregunta por mí. Aunque debo decir y remarcar, por si mi hermana lee este escrito, que todos los Díaz son buena gente y es una suerte que se integren a la familia y compartamos estos momentos disfrutables.

Saludo parado pero veo que Flavia va a darle un beso a cada uno. No puede ser, pienso, son muchos. Tengo que dar toda la vuelta dándole un beso a todos para cumplir con el ritual. Y sí, voy, me digo. No  puedo ser tan arisco, descortés o desatento.

Mi espíritu complaciente y respetuoso doblega a mi inclinación rebelde, y al mandato quizás más importante que siento que debo asumir. Ser uno mismo.

Pero voy, beso a todos, uno por uno, termino la rueda y me escapo a donde hay más vida. Llego con los chiquitos y subo a Inés para que se pare sobre las piernas.

-Circo -le digo. Y ella trepa, levanta una pierna, ríe, levanta la otra. Todo mientras levanto sus brazos y mira Tatán celebrando el hecho.

-Un avión de papel -dice Tatán mientras me mira expectante.

-Ahora no, pero te traje un auto -le cuento, cuando siento que Amalia agarra mi pantalón y también me trepa.

-¿Qué tomás? -escucho.

-Agua, agua.

Mi hermana viene con el agua, pero debo reconocer que hay varias gaseosas y seguramente cerveza. Aunque en ese caso no sé si serán muchas. Veo todos los vasos de cerveza medios vacíos o vacíos, y no advierto ninguna copa llena ni ninguna botella disponible como para recargar sin problemas.

Otra vez van a salir los Díaz de urgencia a comprar para reasegurar la provisión en la fiesta, pienso. No, no, me digo. Los que están ahora no toman mucho y seguro no van a tomar más. No creo que la situación de para que salgan de manera presurosa a buscar algunos cajones de cerveza que permita resarcir la carencia y asegurar el aprovisionamiento esperado para un cumpleaños.

Miro la mesa y veo que hay dos o tres empanadas.

Llegué tarde, pienso. Voy a ver si como alguna porque tengo hambre.

Y en efecto me levanto, abandono a los chiquitos y agarro una. Luego voy por la segunda, pero descubro que no hay más.

Esperaré la próxima tanda, me digo mientras vuelvo a jugar con mis sobrinos y quedamos imbuidos en un mundo que parece mágico y perfecto.

Por fin aparece mi hermana otra vez con un platito, son como seis empanadas que seguramente serán todas mías, pienso. Porque qué duda cabe, el resto ya comió suficiente y yo llegué tarde. Pero agarro una empanada y veo que desaparecen rápidamente.

Espero la próxima tanda, me digo. 

Y vuelvo con los chiquitos, que corren por el lugar o se alejan. Miro a Tatán que está a los almohadonasos limpios con otro nene. Con tres años es un luchador, va a tener un espíritu estoico moldeado a partir de la actitud de sus hermanos mayores que lo tratan de igual a igual.

Más lejos advierto que están Elenita con Hilario revolcados en el sillón. Creo que voy a ir a zambullirme con ellos.

De repente se apagan las luces y aparece mi hermana con la torta. Es un biszochuelo de chocolate. 

Carla hace su ingreso memorable con la torta en sus manos, mientras todos observamos el momento cumbre de la celebración. Empezamos a cantar el feliz cumpleaños cuando intenta poner las velitas, pero mis sobrinos y los chiquitos se abalanzan sobre la torta y comienzan a tomar sus pedazos. Cada uno arremete sin miramientos y pone la mano sobre el bizcochuelo y arranca un pedazo que se lleva a la boca. El mismo Felipe que es uno de los mayores, no renuncia a la intención de agarrar lo suyo y salta de la silla para combatir por sus pedazos. Aunque vuelve cuando Carla pide clemencia y los grandes exigimos orden.

-Está horrible -le miente Felipe a su hermano menor, que lo escucha incrédulo. Y sabe que lo único que quiere es eliminar un jugador del partido.

Pero terminan los cánticos y Felipe ataca de nuevo, mientras veo que los chiquitos hacen también lo suyo y vuelven a arremeter sobre el bizcochuelo.

Pía grita, ¿qué hacés Felipe?

-Y qué querés, tengo hambre.






Leer Más...

sábado, 24 de marzo de 2018

No te calentés Juancito



Bueno Juancito, calmado, no te calentés. Tranquilo Juancito. Pero es que las injust… Tranquilo Juancito, tranquilo. Para qué te vas a andar calentando si al final te hacés mala sangre al pedo. Pero es que las… Tranquilo, Juancito. Tranquilo. Fijate que este mundo no va a cambiar mucho por más que vos le presente batallas, te alces en armas, te calientes como una pipa y procedas con el cuchillo entre los dientes para cometer justicia.

¿Te parece?

Y sí Juancito, a ver si te apiolás. Avivate hermano, vos te calentás, ¿no? Y, sí. Bueno viste, vos te calentás como una pipa, viste. Entonces, ¿qué hacés Juancito?

Procedo, qué querés que haga.

Sí, sí, Juancito, vos procedés pero antes estás que hervís de caliente y te envenenas en la mala sangre que te hacés.

¿Te parece?

Y sí Juancito, fíjate vos, que lo sabés mejor.

Pero no es para tanto.

A bueno Juancito entonces ahora no es para tanto. No es lo que parece, y qué se yo cuánto. No arrugues ahora Juancito.

Y, no, pero…

Sí igual vos qué haces, te calentás, te hacés mala sangre y después arremetés llevando las banderas de la justicia para reacomodar los desbarajustes del mundo que tiende a desbarajustarse porque, ¿qué prima Juancito?

La injusticia.

Y viste Juancito, es al pedo entonces. Vos podés confrontar con el mundo para reacomodar las injusticias, ¿pero qué va a pasar Juancito. ¿Sabés que va a pasar?

Van a volver los desbarajustes, con otras formas, con otras circunstancias. Pero van a volver por inercia y predisposición irrenunciable de tantos chantas que luchan, trabajan y se benefician del mundo descuajeringado.

Muy bien Juancito, muy bien.





Leer Más...

martes, 20 de marzo de 2018

El maltrato del banco



No voy a mencionar el banco porque no me gusta ganarme enemigos ni correr el riesgo de cometer injusticias.

Pero lo que ocurre es que sin querer queriendo el banco parece maltratar a los clientes, que bonachonamente se disponen a hacer trámites.

Los que fueran.

He visto viejitos luchando con cajeros o resistiendo el embate tecnológico que los doblega sistemáticamente, exigiéndoles ingresar a un mundo que les resulta totalmente ajeno pero que se les impone irremediablemente.

Es increíble como vapulean a esa gente las circunstancias en las que deben confrontar por voluntad ajena, porque si fuera la voluntad propia nada es mejor para ellos que ver a la persona de frente y decirle por ejemplo que tienen que renovar una tarjeta, hacer un depósito o saber el cbi.

CBU.

¿Qué culpa tienen los viejitos de que el mundo se tecnologice en aspectos que les son desfavorables en los hechos? ¿Qué margen tienen en organizarse y ofrecer resistencia?

Poco o ninguno, quizás. Quién sabe.

La reducción de costos operativos vía las posibilidades tecnológicas son una intención irrenunciable de los cochinos capitalistas.

Pero también son buenas, puede opinar alguien. Con toda la razón.

Porque optimiza tiempos, asegura eficiencia de procesos, elimina errores humanos, facilita trámites que demandan llevar el cuerpo hasta la sucursal.

Etcétera.

Y pensar que uno escribe todo esto porque no hay forma de que ande el tel. de soporte técnico del banco y se resiste a tener que ir personalmente a corroborar la única certeza que es evidente, que se elocuencia apenas uno avanza hasta la sucursal, abre la puerta del banco e ingresa.

Que será maltratado.

Sistemáticamente.
 



Leer Más...

sábado, 3 de marzo de 2018

El buen camino


Me inquietan muchas cosas pero entre ellas quizás nada me inquieta más que el tema del camino. Tal vez por eso me detengo, miro u observo.

Uno queda como enredado en aquellas cosas que lo inquietan hasta que en determinado momento las afronta, las escribe y de alguna manera se las saca de encima. Presumiblemente con la intención de liberarse, propósito por el cual vale la pena luchar y ofrecer resistencia.

Si algo me gusta son los rebeldes que miran la mirada ajena como diciendo, qué te pasa. ¿Cuál es el problema?

Y siguen con sus cosas, andando en patineta, sacando la sortija, levantando un barrilete o viviendo en varias ciudades a la vez.

Reconozco que cada uno puede hacer lo que quiera, lo que se le antoje. Y nada es mejor que usar esa arbitrariedad para desplegar la vida. Pero pocas cosas me generan más respeto y admiración que las personas que se hacen cargo de lo que son y asumen su auténtica singularidad para construir la vida que quieren vivir.

Hincho por ellos.

Uno no está por supuesto para subirse a una tarima, observar ciertos aspectos de la realidad y señalarlos con el dedo como si fuera a ofrecer alguna visión infranqueable que determine lo que está bien y lo que está mal. 

Apenas si observa, se inquieta y comparte cierta inquietud para que otro se disponga al juego de interpretar las cuestiones del asunto y saque sus propias conclusiones, tal vez para reafirmar su vida.

O para transformarla.

Aún no puedo creer la cantidad de niños grandes que viven guiados por la mirada ajena. La honran en su cotidianidad y en ese mismo instante desprecian la vida. 

Si uno es exagerado.

Si es moderado puede presumir que la desaprovechan o la malgastan.

Gastan su tiempo en deberías que preconfiguran su existencia y se extravían a sí mismos para brindarle pleitesía a expectativas ajenas que miran con atención para establecer sentencias.

Entristece quizás que hombres y mujeres adultos sigan la supuesta buena senda, entrampados en ciertas certezas cuestionables, que marcan los pasos que deben seguir para no errar el camino.

Y en esa voluntad sumisa y condescendiente, no hacen otra cosa en muchos casos, que rechazar la existencia y la posibilidad de construir el mundo en el que vale la pena vivir.

También hay gente que genuinamente se adoctrina por coincidencia auténtica con los mundos esperabables que suponen muchos que deben habitar. 

Bravo por ellos, se sacan un problema de encima en esa suerte de disciplinamiento genuino que los reconforta.

El tema es el hombre que vive la vida que no quiere vivir, que es arrastrado por las excusas que alivian su responsabilidad y pasa su tiempo evitando las circunstancias que genuinamente quiere vivenciar. 

Muchas veces es por comodidad, para evitar problemas, prejuicios o incertidumbres.

Pero ese burdo truco es en realidad una destreza que ejerce la sutil cobardía, que lo delimita denigrando sus posibilidades.

Dejándolo en el lugar que muchas veces no quiere estar.

Por eso quizás uno admira a los rebeldes, que inquietan las miradas ajenas hasta perturbarlas, pero siempre celebran la existencia al seguir sus auténticas convicciones que construyen las vidas que quieren vivir.






Leer Más...