sábado, 14 de abril de 2018

Yoga orgásmico



Yo pensé que tenía que poner la palabra gemidos. Que orgásmico podría resultar demasiado y no haría justicia con este texto, porque en verdad no fue algo orgásmico, fue gemístico.

Llegué a las 20.30 en punto como todo alumno disciplinado para comenzar su clase de yoga.

Solo abrir la puerta, caminar unos 15 pasos y verlo a Alberto de blanco imperturbable, calma.

El ritual de darle un breve abrazo y recibir una sutil palmadita en silencio aquieta los torbellinos del pensamiento.

Camino hasta el vestuario, me cambio e ingreso al salón. Agarro el asiento que se llama zafú o algo así y las colchonetas.

Digo colchonetas porque antes agarraba una, luego dos y finalmente he comprobado que tres es la medida justa. Porque son en verdad finitas y no se trata aquí de ningún despropósito o exageración, es simplemente un breve resguardo de un yogui precavido.

El salón es amplio y finaliza con ventanales que dejan ver un patio enorme repleto de verde. Delante de ese ventanal se ubica sentado el maestro.

Uno lo mira de lejos, se acomoda el zafú y sabe que lo que vendrá será perfecto. Que el mundo desaparecerá por un instante y que quedará la mente disciplinada para que no perturbe haciendo de las suyas, enredada en sus propios pensamientos.

El guía dice que hay que sentarse sobre los talones o bien de piernas cruzadas. Con lo cual solo escucho que debo sentarme de piernas cruzadas, eso de los talones se insinúa siempre incómodo, sufriente, y es mejor evitarlo hasta que se impone irremediablemente en algún momento de la clase.

Recién ahí y en contra de mi voluntad me siento sobre los talones valiéndome de la almohadilla y resistiendo cual yogui estoico las indicaciones del maestro.

Todo empieza con respiraciones suaves. Manos sobre las piernas y giro lento de cabeza, hacia un lado y hacia el otro, en un ambiente perfumado por sahumerios que queda con la oscuridad que anuncia la noche.

Seremos veinte o treinta personas en la clase que nos ubicamos espaciadamente y seguimos las indicaciones de Alberto. Nadie como él tiene la destreza de domesticar la mente y flexibilizar el cuerpo a partir de las posturas y la respiración.

Hay que avanzar con la cabeza hacia arriba y hacia abajo, respirando en profundidad.

De repente se escucha un gemido.

No puede ser, me habrá parecido, pienso. Mientras sigo las indicaciones que procuran relajarnos.

Ahora hay que llevar la cabeza hacia un lado y las piernas hacia el otro. Todo de manera rítmica pero con cierta constancia.

El cuerpo se va relajando, va encontrando calma y flexibilidad. La mente va cediendo, el futuro y el pasado se diluyen en el presente.

El profesor indica que hay que hacer el gato, que consiste en ponerse en cuatro patas, extender la cabeza hacia arriba, la cola hacia atrás, mirar en alto. Y luego elevar la cintura y mirarse el ombligo.

Otra vez se siente un sonido profundo e inquietante propio de un gemido y esta vez nadie puede dudarlo.

No puede ser la señora de adelante, pienso. Es la chica de la punta o la otra que está al lado. Tiene que ser una de ellas dos.

Las luces permanecen tenues y el ámbito queda prácticamente oscuro.

De pronto hay que hacer la postura del bebé, que consiste en acurrucarse en sí mismo, pegar el cuerpo a las rodillas y extender las manos hacia atrás.

Es ahí, justo en ese momento, donde el gemido reaparece sin el menor de los titubeos.

Yo me siento acurrucado y vencido en mí mismo, con los brazos hacia atrás y la inquietud a flor de piel porque no puedo ver. Es un gemido auténtico, intenso y verdadero. No se trata de un acto postural propio de la simulación. Si fuera así, lo hubiera detectado desde el primer instante. Nadie como yo debe tener la experiencia de estar de alguna manera inmerso en un sistema de pantomimas y simulaciones que hace que los agentes obren con destreza para lograr sus intenciones, sin ser descubiertos. Esto no, no se trata de un burdo simulacro que persigue mezquinas intenciones, es a todas luces un gemido certero e innegociable.

Por ende, un acto respetable. O admirable.

El maestro se levanta y apaga la luz por completo, anuncia que estamos próximos a llegar a la parte final de la práctica. A la postura más importante de todas, que es la relajación definitiva.

Pienso que la vida ha traído una vivencia colectiva que nos desafía y por eso no le podemos fallar. No podemos dejarnos sucumbir por nuestras cobardías e inseguridades. No podemos creer una vez más en la mediocridad de salir indemnes, mirar para otro lado y dejar el mundo como está.

Permanecemos todos en silencio inmersos en la oscuridad mientras el maestro lee pasajes de textos que contribuyen al bienestar y mientras emerge casi de manera sutil el gemido tal vez de la chica de la punta, como si fuera una invitación persistente que se notifica con elocuencia a todos.

Creo que esta vez es posible que algo suceda. Es probable que Alberto se deje llevar por las circunstancias y los participantes nos entreguemos a lo que depare el destino, para escabullirnos de pronto de un mundo previsible y adentrarnos en un espacio inconfesable.

Pienso que esta vez es posible que nos liberemos de nosotros mismos.

Aunque creo que es probable que si nos dejamos llevar, luego las autoridades públicas sumidas en previsibilidades exijan reestablecer la compostura y reclamen el cierre de las numerosas sedes de esta noble institución, por haber permitido quizás transitar una experiencia novedosa, creativa, intensa e inconfesable.

Pronto advierto que nada ocurrirá, que volveremos a ser los mismos y el mundo nos dejará delimitados en nuestros disciplinamientos sostenidos por las normas interiorizadas. Y por nuestra propia cobardía.

Interiormente sé que el día no será memorable y que apenas quedará una anécdota para el olvido.

Serán una sucesión de gemidos inquietantes que hicieron una invitación fallida.

Permanezco inmóvil sobre las colchonetas, en el medio del silencio y la oscuridad.

Siento nuevamente respiraciones profundas con sonidos de gemidos, mientras advierto que algo me roza el cuerpo. Como si fuera una incipiente caricia que aparece desde el silencio.

Entreabro los ojos y no puedo creer lo que veo.



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